"Si no has hecho cosas dignas de ser escritas, escribe al menos cosas dignas de ser leídas".
Giacomo Casanova

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19 de febrero de 2010

Historia de Pronto Soccorso y Beauty Case


Stefano Benni. El bar submarino
HISTORIA DEL HOMBRE CON GAFAS NEGRAS

Cuando el juego se pone duro los duros comienzan a jugar.
John Belushi

Nuestro barrio está justo detrás de la estación. Un día un tren nos llevará lejos, o tal vez seremos nosotros los que nos llevemos al tren. Porque nuestro barrio se llama Manolenza, “entras con algo, sales sin ello”. ¿Sin qué? Sin radiocassette, sin cartera, sin dentadura postiza, sin pendientes, sin las gomas del coche. Incluso te roban la goma de mascar si no estás atento: hay niños que trabajan en pareja, uno te da una patada en los huevos, tú escupes el chicle y el otro lo coge al vuelo. Esto te dará  una idea.
En este barrio nacieron Pronto Soccorso (Primeros Auxilios) y Beauty Case (Neceser). Pronto Soccorso es un chavalillo de dieciséis años. Su padre es estilista de neumáticos; es decir, roba ruedas nuevas y las vende en lugar de las viejas. Su madre tiene una lechería, la lechería más pequeña del mundo. Prácticamente una nevera. Pronto fue concebido allí dentro, a diez bajo cero. Cuando nació, en vez de ponerlo en la cuna, lo metieron en el horno a descongelar.
Desde pequeño Pronto Soccorso tenía pasión por los motores. Cuando su padre lo llevaba con él al trabajo, es decir, a robar ruedas, lo colocaba dentro del capó del coche. Así, Pronto pasó gran parte de su infancia acostado en medio de pistones, de modo que para él la mecánica nunca tuvo secretos. Con seis años construyó él solo un triciclo accionado por una máquina de hacer batidos. Recorría 20 km con un litro de hielo picado: tuvo que desmontarla cuando su madre se dio cuenta de que se le jorobaba la leche.
Entonces robó la primera moto, una Guzzi Imperial Black Mammuth 6700. Para llegar a los pedales conducía aferrado al depósito como un koala a la madre: y la Guzzi parecía un vehículo fantasma  porque no se veía quién lo conducía.
Poco después Pronto construyó la primera moto trucada: la Lambroturbo. Era una lambretta normal y corriente pero con algunas modificaciones se ponía a doscientos sesenta. Fue entonces cuando empezamos a llamarlo Pronto Soccorso. En un año se empotró con la moto doscientas quince veces, siempre de manera diferente. Andaba sobre una sola rueda y la pinchaba; daba bandazos en las curvas, en las rectas, sobre grava, sobre mojado; se caía cuando estaba parado, se metía por en medio de los cortejos fúnebres, volaba desde los puentes, segaba los árboles. En el hospital, los médicos estaban tan habituados a verlo que, si una semana no aparecía, llamaban a casa para preguntar por él.
Pero Pronto era como un gato: caía, rebotaba y seguía adelante. Algunas veces, después de haberse caído, continuaba arrastrándose durante kilómetros: era una particularidad suya. Lo veíamos llegar rodando desde el fondo de la carretera hasta las mesas del bar.
-Me caí en Forlì –explicaba.
-Bah! Lo importante es llegar –le decía yo.

Beauty Case tenía quince años y era hija de una sastra y un ladrón de Tir. Su papá estaba en la cárcel porque había robado un camión de cerdos y lo habían apresado mientras intentaba venderlos casa por casa. Beauty Case trabajaba de aprendiza de peluquera y era un tesoro de muchacha. Se llamaba así porque era pequeña pequeña, pero no le faltaba de nada. Toda ella era un compendio de curvitas deliciosas y no había nadie en el barrio que no hubiese intentado molestarla, pero ella era tan pequeña que siempre conseguía escabullirse.
Fue una noche de principios de verano, cuando tras un prolongado letargo los dedos gordos del pie ven finalmente la luz fuera de las sandalias. Pronto Soccorso daba una vuelta lleno de tiritas y postillas sobre la Lambroturbo y un kilómetro más allá Beauty Case se comía un helado sentada en un banco.
Añado tres detalles:
Uno: en verano Beauty Case llevaba unas minifaldas que su mamá le hacía con las viejas corbatas de su papá. Con una corbata le hacía tres.
Dos: cuando Beauty se sentaba, cruzaba las piernas con un estilazo propio de una top model; las cruzaba de manera que una acariciaba a la otra y tenía unas piernas hermosísimas, con la rodilla desnuda y el zapato rosa con un pequeño taconcito que se te clavaba directamente en el corazón.
Tres: cuando Beauty lamía un helado, todo el barrio se paralizaba. ¿Os acordáis de la película de Blancanieves cuando ella canta en el bosque y se encuentra rodeada de conejitos, cervatillos, tórtolas y mosquitos que cantan con ella? Pues bien, la escena era la misma, con Beauty en el centro lamiendo su cucurucho de mil liras y a su alrededor niñitos, niñazos y viejorros moviendo la lengua a la vez, porque se les venían todos los pensamientos del mundo a la cabeza, desde los más castos hasta los más delictivos.
Decíamos, pues, que era una noche de principios de verano y los pajarillos estaban sobre los árboles en absoluto silencio porque con el estruendo que armaba la moto de Pronto, cantar era una tarea inútil. Se oyó de lejos la famosa acelerada en cuatro tiempos andante vivace y allegretto ahogado, y poco después Pronto llegó a la callecita de los jardines conduciendo sin manos y arrastrando un pie por el asfalto: de otra manera no resultaría lo bastante peligroso. Vió a Beauty e hizo una clavada histórica. La clavada en realidad no fue tal, porque, por principio, Pronto no frenaba nunca. La primera cosa que hacía cuando trucaba las motocicletas era quitarle los frenos. “Así no tengo la tentación” decía.
De modo que Pronto fue derechito al tobogán del parque, despegó hacia lo alto, rebotó en el toldo del bar, acabó en el primer piso de un apartamento, metió gas en el comedor, embistió el frigorífico, salió a la terraza, se desplomó hacia la callle, hizo carambola contra un contenedor de basura, desfondó la puerta de un coche aparcado, salió por la otra y se paró contra un plátano.
- ¿Te has hecho daño? – dijo Beauty.
No –respondió Pronto. - Todo calculado.
Beauty dijo “ah” con la lengua coloreada de helado de arándanos. Permanecieron mirándose unos instantes y luego Pronto dijo:
- Bonita  tu minifalda de lunares.
Y Beauty replicó:
- Bonitos tus pantalones de piel.
¿Qué pantalones?, estuvo a punto de preguntar el muchacho. Después se miró las piernas: estaban tan llenas de postillas, cicatrices y arañazos de rodar por el  asfalto que parecía que tuviese los pantalones de piel. Sin embargo, llevaba pantalones cortos.
-Son un modelo Calles de Fuego–dijo. - ¿Quieres dar una vuelta en moto?
Beauty engulló el helado de golpe, que fue su manera de decir sí. Mientras se subía a la moto, levantó la pierna en un gracioso giro interrumpiendo la paz de algunos vejestorios. Luego, se agarró con fuerza al pecho de Pronto y dijo:
-Pero ¿tú sabes conducir la moto?
Ante aquellas palabras Pronto esbozó una sonrisa de las que marcan época, dio varios acelerones y arrancó zigzagueando envuelto en una nube de humo. Quien lo vio, aquel día, dijo que se puso por lo menos a doscientos ochenta. ¡La fuerza del amor! Se oía el ruido de aquel tornado que pasaba y no se veía más que un relámpago de estrella fugaz. Pronto tomaba las curvas tan inclinado que en vez de preocuparse de los mosquitos que se estrellaban en su cara, debía estar atento a las lombrices. Y Beauty no tenía ni una pizca de miedo, en vez de eso gritaba de alegría. Fue entonces cuando él comprendió que era la mujer de su vida.
Cuando Pronto llegó a la casa de Beauty, levantó la moto y Beauty voló a través de la ventana cayendo, precisa, sobre el sofá de su salón. Cuando su madre se la encontró, le dijo:
-¿Dónde estabas, no te he oído entrar?
En ese mismo momento se escuchó el ruido de Pronto que se paraba contra el cierre metálico de un garaje. Se desencajó de la persiana; la moto había perdido una rueda y el depósito. Pequeñeces: se llenó la boca de gasolina y volvió a casa con una sola rueda y escupiendo de vez en cuando al carburador.
Se tumbó en la cama y declaró solemne a cuatro cucarachas.
-Estoy enamorado.
-¿De quién? –le preguntaron.
- De Beauty Case.
- Buen chochito –dijeron a coro las cucarachas, que por nuestra zona son así de expresivas.
La noche siguiente Pronto y Beauty Case salieron juntos de nuevo. Después de treinta segundos, Pronto le preguntó si podía besarla. Beauty se  tragó el helado.
Empezaron a besarse a las nueve y cuarto y, según algunos testigos, el primero en respirar fue Pronto a las dos de la mañana.
-Besas bien, ¿dónde has apr..  – quería decir, pero Beauty se le colgó de nuevo y no terminaron hasta las seis de la mañana.
Cuando regresó a casa y su madre le preguntó “¿Qué has hecho con ese chico de la moto?”, Beauty dijo: “Nada mamá, solo dos besos”.  Y la chica no mentía.
Así que el amor entre ellos dos iluminó nuestro barrio y nos sentíamos todos tan felices que ya casi ni robábamos.
En efecto, éramos todos ciudadanos modelo, o casi, hasta que un mal día llegó al barrio Joe Blocchetto (Joe Libretita), el as de los agentes de la Policía de Carretera. Llegó con su chupa de cuero negra, botas sadomaso y gafas oscuras. En el casco llevaba escrito: “Dios sabe lo que haces a cada hora, yo lo que haces en este momento”. Cualquier persona motorizada temblaba sólo con oír el nombre de Joe Blocchetto. No había medio de transporte que él no hubiese multado. Cuando pasaba por una calle donde había coches mal aparcados sacaba su cuadernillo y disparaba multas como una ametralladora. Todo el mundo, antes de aparcar, miraba si Joe Blocchetto andaba rondando. Si no estaba, daban marcha atrás y cuando miraban para delante ya tenían la multa en el parabrisas. Así golpeaba, rápido e invisible, Joe Blocchetto, el hombre que había multado a un tanque del ejército porque no llevaba cinturones de seguridad.
Joe llegó una tarde al barrio montado en su Mitsubishi Mustang blindada, una moto japonesa que se ponía a doscientos por hora. A su paso, los limpiaparabrisas de los coches se resquebrajaban de miedo y las ruedas se desinflaban. Aparcó delante del bar y entró. Se quitó lentamente los guantes mirándonos con aire de desafío. En el cinturón vimos los dos cuadernillos para las multas, calibre cincuentamil.
- ¿Alguno de vosotros –dijo- conoce a un tal Pronto Soccorso que se divierte corriendo por estos lugares?
Nadie contestó. En el silencio Blocchetto hizo rechinar las botas contra el pavimento y se paró detrás de un jugador de cartas.
-¿Usted es el señor Podda Angelo, propietario de un coche con matrícula CRT 567734?
- Sí –admitió el jugador de cartas.
-Hace tres años lo multé porque tenía las ruedas lisas. Le dije que, si no las cambiaba, la próxima vez le retiraba el carné.
Nada se escapaba a la memoria de Joe Blocchetto.
-Entonces –apremió el agente, implacable- ¿quiere decirme dónde puedo encontrar a Pronto Soccorso o vamos a echar un vistazo a su coche?
-Hablaré –dijo el jugador-. Pronto pasa todas las noches por el cruce de vía Bulganin con la cuarenta y dos.
Era la verdad. Después de recoger a Beauty, todas las noches Pronto atravesaba el enorme cruce. Pasaba con el semáforo en rojo a una velocidad aproximada de ciento cincuenta, con Beauty detrás ondeando como un pañuelito .
En ese cruce se apostó acechante Joe Blocchetto. Esconderse era su especialidad. Justo sobre el paso elevado del cruce había un gran anuncio publicitario de champán. El eslogan decía: “Sabor de pocos”. Era una foto de un grupo de aristócratas que paladeaban copas en un gran jardín. Al fondo, una villa del siglo XVII y más al fondo las fábricas humeantes y apestosas de Bazzocchi: aquello no estaba en la publicidad, era nuestro barrio. Apenas colgado, el cartel se ahumó debido a las miasmas industriales y los aristócratas estaban negros de polvo y tan intoxicados que parecían decir: menos mal que es un sabor de pocos.
Fijándose bien en la fotografía, detrás de los hombres de smoking y las señoras de largo, se podía ver más allá del buffet un rostro inconfundible con gafas oscuras. Era Joe Blocchetto, mimetizado.
Aquella noche, como todas las noches, Pronto Soccorso pasó bajo la ventana de Beauty y la llamó con un silbido. Beauty se lanzó por la ventana aterrizando sobre la moto. Eran ya habilísimos en esta maniobra. Cuando llegaron al cruce, el semáforo estaba rojo. Nada más verlo Pronto lanzó la moto a toda pastilla. En ese momento algo se movió en el cartel publicitario, y se pudo ver a Joe Blocchetto abrirse paso entre la gente con traje de noche, rebasar una bandeja llena de vasos y saltar a la carretera.
Faltaban menos de cien metros para el cruce. Pronto vio a Joe esperando y apuntándole con los dos cuadernillos y no dudó. Frenó con los pies haciendo girar la Lambroturbo sobre sí misma. Mientras la moto giraba vertiginosamente echando chispas, intentaba frenar con todo: con las manos, con el bolso de Beauty, con el culo, clavando un destornillador en el asfalto, con los dientes. Un espectáculo impresionante: el ruido era como el de una fresadora, volaban por el aire trozos de pavimento y despojos de la moto. Pero Pronto Soccorso era grande. Con un último bandazo se clavó en el asfalto y paró exactamente con la rueda encima del paso de peatones.
Joe Blocchetto tragó bilis y se acercó con lentitud. La moto echaba humo como una locomotora y los neumáticos estaban derretidos. Joe Blocchetto dio una vuelta alrededor y luego dijo:
- Las ruedas están un poco gastadas ¿no?
- Aquella moto las tiene más gastadas que las mías –dijo Pronto.
-¿Qué moto? –dijo Joe girándose. Cuando volvió la cabeza de nuevo, Pronto ya había montado dos ruedas nuevas.
Pero Blocchetto no se dio por vencido.
- En esta moto no se puede llevar pasajero.
- Y no llevo.
Era verdad. No había ni rastro de Beauty. Joe Blocchetto la buscó bajo el depósito pero no la encontró. Beauty se había metido en el tubo de escape. Pero no resistió el calor y después de un rato salió fuera medio asada.
Joe Blocchetto lanzó un grito de triunfo.
Doscientas mil liras de multa, más la retirada del carné, más la responsabilidad penal de llevar a una señorita menor de edad ¡Tus días de moto han terminado, Pronto Soccorso!
Desde el paso elevado donde observábamos la escena nos estremecimos. Pronto sin su moto era como una flor sin tierra. Se marchitaría y con él aquel amor del que todos nos orgullecíamos. ¿Qué podíamos hacer?
Joe ya había apoyado el bolígrafo sobre el cuadernillo fatal cuando oyó un ruido de claxon. Se giró y…
Toda la calle estaba llena de coches. Algunos estaban aparcados en dirección contraria, otros sobre la acera: había quien lo había puesto vertical apoyado contra un árbol, y quien sobre el techo de otro coche. Dos coches habían parado a modo de sandwich con la moto de Joe en medio, otro coche tenía dos ruedas en el aire sobre el puente con una nota que decía “Vuelvo enseguida”. Dos camioneros habían puesto sus remolques en forma de codo, bloqueando la salida de la autopista. Los viejos del barrio habían salido con bicicletas de antes de la guerra y unos pedaleaban sin manos,  otros con los pies sobre el manillar, otros en grupos piramidales de cinco: parecía el desfile de los carabineros. Completaban el cuadro una ancianita con una segadora  y seis gemelos en una bicicleta sin frenos.
Joe Blocchetto empezó a temblar como si tuviese la malaria. Estaba en áspera contradicción consigo mismo. De un lado estaba Pronto pillado in fraganti; del otro, la más espantosa serie de infracciones jamás vista en la historia. La mandíbula le iba arriba y abajo como un pistón.
En ese momento le pasó al lado un ciego montado en un Maserati robado, sin tubo de escape y dando unos acelerones le dijo:
- Eh! Señor agente ¿dónde puedo encontrar una carretera muy transitada para hacer dos bonitas curvas tumbado y a todo trapo?
Joe Blocchetto se llevó el silbato a la boca, pero no fue capaz de extraer ningún sonido. Cayó desplomado al suelo. Habíamos ganado.
A Joe Blocchetto lo dieron de alta en el manicomio y ahora dirige los coches de choque en un parque de atracciones .
Pronto y Beauty se casaron y montaron un taller.
Él truca los coches, ella los peina.
(Juego de palabras con "truca"/ trucar y "trucca"/ maquillar)