"Si no has hecho cosas dignas de ser escritas, escribe al menos cosas dignas de ser leídas".
Giacomo Casanova

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10 de mayo de 2010

Oona, la alegre mujer de las cavernas

OONA, THE JOLLY CAVE WOMAN
Cuento incluido en Little Tales of Misogyny
PATRICIA HIGHSMITH

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Era un poco peluda, con un incisivo de menos, pero su atractivo sexual se podía percibir a una distancia de doscientas yardas o más, como si fuese un olor, y tal vez lo fuese. Era redonda, de vientre redondo, de hombros redondos, de caderas redondas, y siempre sonriente, siempre alegre. Y por eso les gustaba a todos los hombres. Siempre tenía algo cocinándose en una olla, sobre el fuego. Era corta de entendederas y nunca perdía los estribos. La habían aporreado tantas veces en la cabeza que la tenía completamente perdida. No era necesario aporrear a Oona para poseerla, pero ésa era la costumbre, y Oona apenas se molestaba en evitarlo y en protegerse.

Oona estaba continuamente preñada y nunca experimentó el inicio de la pubertad, puesto que su padre la poseyó desde los cinco años, y tras él sus hermanos. Su primer niño nació cuando ella tenía siete años. La molestaban incluso en los últimos momentos del embarazo, y los hombres esperaban con impaciencia la media hora que más o menos tardaba en dar a luz para lanzarse de nuevo sobre ella.

Curiosamente, Oona mantenía la natalidad de la tribu más o menos constante, e incluso tendía a disminuir la población, porque los hombres descuidaban a sus propias mujeres, o a veces caían muertos al luchar por ella.

Al final Oona fue asesinada por una mujer celosa cuyo marido no la había tocado durante meses. Este hombre fue el primero que se enamoró. Su nombre era Vipo. Sus amigos masculinos se habían reído de él por no poseer a otra mujer, o a la suya propia, en los momentos en que Oona no estaba disponible. Vipo había perdido un ojo luchando con sus rivales. Era un hombre de mediana estatura. Siempre había traído a Oona las mejores piezas que cazaba. Trabajó largo y duro para fabricar un adorno de pedernal, así que se convirtió en el primer artista de la tribu. Todos los demás usaban el pedernal para las puntas de flecha y los cuchillos. Había entregado a Oona el adorno para que se lo colgara del cuello con una tira de cuero.

Cuando la mujer de Vipo asesinó a Oona en un ataque de celos, Vipo asesinó a su mujer lleno de odio y cólera. Luego cantó una vigorosa y trágica canción. Continuó cantando como un loco, mientras las lágrimas corrían por sus pilosas mejillas. La tribu pensó en matarlo, porque estaba loco y era diferente de cualquier otro, y estaban asustados. Vipo dibujó imágenes de Oona en la arena húmeda cerca del mar, y luego unos retratos suyos en las piedras lisas de las montañas cercanas, retratos que podían verse desde lejos. Hizo una estatua de Oona en madera, y luego en piedra. A veces dormía con ellas. Con las torpes sílabas de su lenguaje compuso una frase que evocaba a Oona cada vez que la pronunciaba. No fue el único que aprendió y pronunció esta frase, ni el único que había conocido a Oona.

Vipo fue asesinado por una mujer celosa, cuyo marido no la había tocado durante meses. Su hombre había comprado una de las estatuas de Oona hechas por Vipo, por un precio formidable… un trozo enorme de cuero hecho de varias pieles de bisonte. Vipo construyó con él una hermosa casa resistente al agua, y le sobró suficiente para hacerse unos vestidos. Creó más frases sobre Oona. Algunos hombres lo admiraban, otros lo odiaban, y todas las mujeres lo odiaban porque él las miraba como si no las viera. Muchos hombres se sintieron tristes cuando Vipo murió.

Pero por lo general la gente se sintió liberada cuando Vipo se fue. Había sido un tipo extraño, que por las noches perturbaba el sueño de algunos.