"Si no has hecho cosas dignas de ser escritas, escribe al menos cosas dignas de ser leídas".
Giacomo Casanova

* *

24 de octubre de 2011

Bar Sport (X)


Traducción del libro Bar Sport, de Stefano Benni
(Feltrinelli, Milan, 1997)

El Chaval

El apoyo del dueño del bar es el Chaval, o el chico del bar, llamado también chico de los recados. El Chaval tiene una bonita cara rosácea bombardeada de granos y vive en simbiosis con su bicicleta, la bicicleta del Chaval.

Con ella el Chaval se lanza como un halcón sobre todos los sitios de la ciudad, adelanta a los autobuses en marcha, aterroriza a los perros y ahuyenta a los vigilantes. El Chaval, al andar en bicicleta, tiene una serie de reglas fijas:

a) Está totalmente prohibido poner las manos en el manillar. No sólo cuando se tienen las manos ocupadas con una bandeja de tazas, termos y panecillos, sino en cualquier otra ocasión.

b) La forma de pedalear del Chaval debe ser balanceante, o sea, la bicicleta debe oscilar de izquierda a derecha y viceversa, rozando el suelo, de modo que en un radio de veinte metros no se interpongan obstáculos vivientes.

c) Se cae siempre, y sólo sobre las rodillas, cualquiera que sea la dinámica del accidente. Esto crea la famosa rodilla de Chaval, uno de los problemas de la medicina moderna. Dicha rodilla consiste en un archipiélago de costras y costrones que se regenera constantemente.

d) Mientras pedalea, el Chaval canta.

e) El camino normal del Chaval está constituido por: aceras, portones, zaguanes, jardines, soportales. La carretera es evitada cuidadosamente, por peligrosa y porque las mujeres están cerradas dentro de los coches y se ven peor.

Todo esto lleva aparejado, naturalmente, que el Chaval sea odiado por vigilantes, peatones y hombres de bien.

¿Cómo se convierte uno en Chaval? Se convierte uno en Chaval porque no se tienen ganas de estudiar. Algunos dejan la escuela y hacen de vicedirector en la empresa del abuelo. Otros se dedican a hacer bolsos y cinturones. Otros incluso se hacen pasar un pequeño estipendio mensual, se inscriben en Arquitectura y se marchan al Gargano[1]. Otros, inexplicablemente, prefieren convertirse en Chaval. Hay quien habla de vocación, otros de razones sociales.

Sea como fuere, uno no se convierte en Chaval de un día para otro.

CÓMO SE CONVIERTE UNO EN CHAVAL

El pequeño Masotti, el primer día de escuela, no lloraba como hacía el resto de los niños. Comía membrillo y miraba alrededor. Lloraban, en cambio, los Masotti padres, porque era el día con el que soñaban desde hacía años. El pequeño Masotti fue colocado con otros muchos niños negros y otras muchas niñas blancas. El director, un hombre de mirada severa y maneras bruscas, los vio desfilar a todos por delante sin decir ni una palabra. Cuando pasó Masotti lo paró, y le dijo: “Tú, ajústate el nudo” e hizo el ademán de tocarlo. El pequeño Masotti sacó del mandilón negro una patita seca llena de guijarros de haberse caído de la bicicleta y golpeó al director en la entrepierna. Comenzó así la carrera escolar del pequeño Masotti.

El pequeño Masotti era hijo único de dos Masotti. Masotti padre era camionero y llevaba pescado congelado arriba y abajo por la autopista. Salmonetes japoneses, merluza de Hong Kong y un rodaballo de Cattolica haciendo guardia. Conducía toda la noche con la única compañía de un paquete de Nacionales y una foto en color de Ava Gardner, con un autógrafo falso hecho por su mujer. Nunca había tenido accidentes, si exceptuamos la destrucción de un Montagrill Pavesi en 1968 y una caída en el Po gracias a la cual los pescadores de la zona estuvieron pescando sepias durante muchos años. Ganaba lo necesario para no morir de hambre, pero soñaba para su hijo un futuro diferente.

Masotti madre hacía cortinas de flores con una máquina de coser a pedales, el casco en la cabeza y una camiseta del Legnano[2] para no estropear los vestidos. Las vendía a los asilos o a los camioneros amigos del marido, por lo que hacía también de decoradora. Cogía un viejo tres ejes y lo convertía en un chalet suizo, con jarroncitos de flores, fundas con conejitos, tapetitos y, a petición, una lamparita de noche en el retrovisor. También ella soñaba para su hijo un futuro diferente.

Se decidió que el pequeño Masotti se licenciaría y sería abogado. Fue educado con buenos cocidos y, por consejo de los amigos del bar, con juegos que desarrollaban la inteligencia, como la batalla naval y el mecano. Pero el pequeño Masotti no se reveló ni genial ni más adelantado de los de su edad. Sus acorazados se hundían como galletas, y la única cosa que consiguió hacer con el mecano fue un metro articulado de sastre. No leía a Kant, no tenía oído para la música, si se le ponía el lápiz en la mano dibujaba siempre la misma cosa, una patata, y después se dormía. Es todavía un niño, saldrá adelante, decían los Masotti padres, pero estaban un poco preocupados. Masotti padre lo atiborraba de fósforo, y de vez en cuando robaba algún que otro quintal de merluza congelada de la carga y obligaba a p. M. (pequeño Masotti) a comerlo a la merienda. P. M no protestaba, se metía el pescado en la boca y se iba a jugar debajo del camión.

El primer boletín de notas de Masotti estuvo lleno de 1, con un 3 en gimnasia. El maestro dijo que el chico, se veía a la legua, estaba desganado, no atendía, y pasaba el tiempo tallando con un cortaplumas. Ya había destrozado su pupitre esculpiéndole dos zuecos holandeses y un bate de béisbol, y tenía que apoyar los codos en la parte del compañero. Las astillas de madera constituían un peligro mortal para la clase, porque salían como proyectiles. Era capaz de hacer despegar, en un día, hasta doscientos aviones de papel, algunos de los cuales quedaban en el aire hasta diez minutos oscureciendo la visibilidad. Sus dictados pesaban como empanadillas fritas y rezumaban tinta y sudor. Las aes le ocupaban un folio y tenía que pararse desencajado a mitad de la curva.

Enseguida lo suspendieron.

Masotti padre, del cabreo, se marchó y anduvo de Bologna a Taranto en tres horas, de peaje a peaje, tanto fue así que el camión se recalentó y llegó a su destino con una gigantesca carga de fritura, cuyo olor apetitoso fue percibido en toda la ciudad de los dos mares[3]. La Masotti madre no dijo nada, continuó pedaleando en la máquina de coser, pero con el aire triste de quien no puede seguir en la subida al grupo de cabeza.

El p. M. tuvo que repetir con el profesor Manicardi, magnífico ejemplo de estudioso, que lo ató a la silla y le leyó durante nueve horas a Leopardi, todos los días, durante tres meses. El pequeño Masotti aprendió de memoria la mitad de El infinito, después se duchó y se olvidó de todo. Lo suspendieron también al año siguiente, y al siguiente.

Entonces Masotti padre le dijo que si no se ponía a estudiar no le daría de comer. El p. M. se dio por aludido. Todas las noches se oía su voz repetir: “Si un campesino tiene nueve manzanas y vende la mitad…” Estudió durante un mes, esparciendo grandes cantidades de manzanas sobre la mesa y contactando con todos los campesinos de la zona. Finalmente propuso como solución diez manzanas y media y un pagaré de melones en tres plazos. Lo volvieron a suspender.

Masotti padre se resignó. Envejecido y con los neumáticos deshinchados, sin fuerza siquiera para tocar el claxon, empezó a girar en redondo en la circunvalación sin querer ver a nadie. Los amigos le tiraban al vuelo bocadillos y periódicos por la ventanilla, y una vez al mes una prostituta ex trapecista de circo se lanzaba desde un Leoncino[4] en marcha para hacerle compañía. La Masotti madre, vieja y encanecida, había dejado de pedalear y entrenaba un equipo de monjas que hacían calzoncillos para presos. El pequeño Masotti, que tenía ya diecinueve años y pesaba alrededor de un quintal, iba a la escuela con su mandiloncito que le cubría hasta la mitad del tórax, y la cartera con el viejo lápiz de siempre, una especie de colilla invisible a simple vista, que tenía que llevar a afilar a un orfebre.

Fue adelante, hasta que el dinero se acabó. Un día el pequeño Masotti abrió la cartera y no encontró la merienda de siempre, un bocadillo con un mero. Aquella tarde no volvió a casa.

Al día siguiente, con las primeras luces del alba, se presentó en el bar.

Había nacido un Chaval.


[1] Macizo montañoso al este de Italia.
[2] Equipo de fútbol italiano.
[3] Taranto, ciudad que se encuentra entre el Adriático y el Mediterráneo.
[4] Pequeño camión.

1 de octubre de 2011

El niño robado, de W. B. Yeats

Best-Loved Yeats
Del libro Best-Loved Yeats
seleccionado por Mairéad Ashe Fitzgerald
The O’Brien Press, Dublin 2010

El niño robado
de William Butler Yeats

Donde en el lago se sumergen
los altos rocosos del bosque de Sleuth,
reposa una frondosa isla
donde las garzas aleteantes despiertan
a las soñolientas ratas de agua:
allí hemos ocultado nuestras cubas encantadas,
llenas de bayas
y de las más rojas cerezas robadas.
¡Márchate, oh niño humano!
a las aguas y a la tierra
de la mano de un hada,
pues el llanto llena el mundo más de lo que puedes entender.

Donde la onda de luz lunar enciende
las tenues arenas grises con su brillo,
lejos, en el lejano Rosses
toda la noche bailamos,
tejiendo antiguas danzas,
enlazando manos y enlazando miradas
hasta que la luna alza el vuelo;
de un lado a otro brincamos
y cazamos las vagas burbujas,
mientras lleno está el mundo de problemas
y ansioso está en su sueño.
¡Márchate, oh niño humano!
a las aguas y a la tierra
de la mano de un hada,
pues el llanto llena el mundo más de lo que puedes entender.

Donde el agua errante mana
desde las colinas sobre Glen-Car,
en las charcas entre la corriente
que apenas podrían bañar una estrella,
buscamos las adormiladas truchas
y susurrando en sus oídos
les cedemos inquietos sueños;
asomándonos dulcemente desde
helechos que dejan caer sus lágrimas
sobre los arroyos nuevos.
¡Márchate, oh niño humano!
a las aguas y a la tierra
de la mano de un hada,
pues el llanto llena el mundo más de lo que puedes entender.

Lejos se va con nosotros,
el de ojos solemnes:
nunca más oirá el mugido
de los terneros en la cálida ladera
ni la caldera en la hornilla
cantar paz dentro de su pecho,
ni verá la inquieta cola de los ratones
alrededor del arca de la harina de avena.
Porque se viene, el niño humano,
a las aguas y a la tierra
de la mano de un hada,
desde el mundo que lleno está de llanto más de lo que puede entender.

yeats 2

The Stolen Child
by William Butler Yeats

Where dips the rocky highland
Of Sleuth Wood in the lake,
There lies a leafy island
Where flapping herons wake
The drowsy water-rats:
There we've hid our faery vats,
Full of berries
And of reddest stolen cherries.
Come away, O human child!
To the waters and the wild
With a faery, hand in hand,
For the world's more full of weeping than you can understand.

Where the wave of moonlight glosses
The dim grey sands with light,
Far off by furthest Rosses
We foot it all the night,
Weaving olden dances,
Mingling hands and mingling glances
Till the moon has taken flight;
To and fro we leap
And chase the frothy bubbles,
While the world is full of troubles
And is anxious in its sleep.
Come away, O human child!
To the waters and the wild
With a faery, hand in hand,
For the world's more full of weeping than you can understand.

Where the wandering water gushes
From the hills above Glen-Car,
In pools among the rushes
That scarce could bathe a star,
We seek for slumbering trout
And whispering in their ears
Give them unquiet dreams;
Leaning softly out
From ferns that drop their tears
Over the young streams.
Come away, O human child!
To the waters and the wild
With a faery, hand in hand,
For the world's more full of weeping than you can understand.

Away with us he's going,
The solemn-eyed:
He'll hear no more the lowing
Of the calves on the warm hillside
Or the kettle on the hob
Sing peace into his breast,
Or see the brown mice bob
Round and round the oatmeal-chest.
For he comes, the human child,
To the waters and the wild
With a faery, hand in hand,
From a world more full of weeping than he can understand.