"Si no has hecho cosas dignas de ser escritas, escribe al menos cosas dignas de ser leídas".
Giacomo Casanova

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18 de marzo de 2010

El pornosábado del Splendor

Maciste
EL CUENTO DEL TERCER HOMBRE CON SOMBRERO
EL PORNOSÁBADO DEL SPLENDOR
[Del libro de Stefano Benni, Il bar sotto il mare, publicado en la
Editorial Universale Economica Feltrinelli]
And he’ll die without a wimper
like every heroes dream.
Just an angel with a bullet
and Cagney on the screen.

Y él morirá sin un gemido
como sueñan todos los héroes.
Sólo un ángel con una bala
y Cagney en la pantalla
(Tom Waits)

También soy de Sompazzo, un pueblo pequeño que en el pasado fue aún más pequeño. Yo era joven y los tiempos eran otros. Entonces en nuestro pueblo el súmmum de lo pecaminoso eran los calendarios de barberos y mecánicos. Algunos eran famosos, como el calendario de los neumáticos Fazioli, en el que Miss Enero llevaba un bikini de cadenas para la nieve y Miss Julio se bronceaba embadurnándose con aceite de frenos. Los niños íbamos por turno al taller para mirarlo, y era aquél un ensimismamiento propio del Louvre. Una vez que un representante trajo de Roma la famosa foto de Marilyn desnuda sobre el terciopelo, se perdieron en la zona seiscientas horas laborables, e hizo falta dividir la foto en cuatro para satisfacer la demanda.

Y todo continuó así hasta que no se abrió en Sompazzo el primer local verdaderamente moderno y sin prejuicios, el cine Splendor.

El exterior no era gran cosa: la entrada parecía una clínica dental, la taquilla era una mesa de cocina y el bar estaba siempre abierto, en el sentido de que si por la ventana pedían una cerveza, del bar de enfrente te la lanzaban al vuelo. El interior, obra del aparejador Portogalli, era por el contrario de un gusto exquisito. Además de las sillas de un delicado verde rana y del suelo de mármol, el techo era de una particular belleza. En él el aparejador, después de haber escuchado hablar de las “salas X”, había colgado veintiocho monstruosos globos púrpuras, uno al lado del otro en una estructura que imitaba la cadena molecular. Estos globos, sin embargo, no funcionaban nunca más de tres a la vez; es más, en casi todas las proyecciones un globo comenzaba a chisporrotear y crepitar ahogando el sonido, ante lo que la máscara gritaba “cuidado con la manzana”, y todos buscábamos refugio bajo los asientos. El globo se precipitaba explotando y la película podía continuar.

Hemos dicho “la máscara”[*]. El hecho es que el dueño del cine, habiéndose enterado de que todos los cines serios tienen una máscara, había vestido al hijo de doce años de Zorro. El Zorro ayudaba a la gente a encontrar su butaca y la invitaba a mantener puestos los zapatos, al menos en la primera parte.

La programación inicial del cine Splendor fue variada, teniendo que contentar un poco a todos. La primera cartelera estaba escrita enteramente a mano y, si no recuerdo mal, fue la siguiente:

Domingo – Película Breve encuentro con Trevor Ovard y Celia Yonson. Americano sentimental para todos.

Lunes – Misión desesperada – Con Gary Cooper – Acción bélica y bombardeos para los que no han tenido bastante.

Martes – Los siete samurais. Para personas de una cierta cultura.

Miércoles – Descanso.

Jueves – Bambi – de Walt Disney – Un cuento delicado para grandes y pequeños.

Viernes – Maciste contra el Minotauro – Con Maciste. Para todos los públicos.

Sábado – Juegos prohibidos de niñas bien – Adults Only — No permitida para menores de 16 años.

La aparición de la cartelera suscitó muchos y variados comentarios. Los beatos del pueblo dijeron que a estas alturas éramos una sucursal de Sodoma, a la que la mayor parte de nosotros situaba en la provincia de Parma. La propietaria del Bar, Rita, alias la Ritona, opinión-leader de las mujeres, objetó que “o se es como dios manda o se hacen juegos prohibidos”; ella no era moralista pero “le gustaba la precisión”.

Muchos preguntaron qué era Adults Only, y el dueño del cine respondió que era un director americano especializado en películas porno, y que su nombre figuraba en muchísimas cintas.

Dante, el comercial, discutió con el aparejador sobre los nombres en inglés, sobre todo de si Gary Cooper se pronuncia Cóper o Cúper.

— Ignorante —decía el aparejador—, ¿no sabe que la doble o se pronuncia “u”?

— ¿Ah sí? —respondía Dante— y ¿usted cómo dice, cooperativa o cuperativa?

Y se salió con la suya.

El debut con la película sentimental americana obtuvo un gran éxito, pero después de que intervinieran todas las viejitas medio sordas del pueblo; cada dos por tres se levantaba una y decía:

— No he entendido nada de lo que han dicho, dé marcha atrás, por favor.

Y el operador tenía que repetir la escena. Así Breve encuentro duró exactamente cinco horas y media.

También en Misión desesperada se produjeron algunos problemas. Debéis tener en cuenta que en aquel tiempo no era posible que ante la pantalla apareciese un avión sin que todos trataran de abatirlo con la boca. Por entonces los alborotadores más famosos del cine eran los tres hermanos Miti, los cuales eran capaces de emitir cualquier sonido, desde el de la cosechadora al del alacrán cebollero. Así que, apenas aparecía en la pantalla la escuadrilla japonesa, de la sala partía una contraofensiva que hacía temblar el techo y rompía cuatro globos.

Comenzaron a volar botellas y zapatos, y cuando apareció el almirante Yamamoto, en la última fila se levantó un tal Bigattone, ex partisano, y pegó un pistoletazo contra la pantalla. A la salida, a quien preguntaba cómo había acabado la película, todo el publico le respondía “No sé, pero ganamos nosotros”.

En la película del martes había un público variado: intelectuales de la zona y también muchos charcuteros y comerciantes, porque se había corrido la voz de que la película se llamaba “Los siete salamis”, vida, amor y muerte en el sórdido mundo del jamón.

Cuando Bigattone vio de nuevo a los japoneses se lamentó de que no lo hubieran avisado para llevar otra vez su escopeta. Inicialmente la división de la sala fue clara. De la fila de los charcuteros volaban pedorretas como estocadas, y de la de los intelectuales unos “¡Chitón!” rencorosos. Luego, poco a poco, el filme conquistó a todos. Acabó con el público en pie, revoleando las sillas y animando a Toshiro Mifune. Siguieron dos meses de japonesización de la zona. Cada vez que alguien iba a comprar cien gramos de mortadela los charcuteros exhibían el número de la espada con el berrido, y allí estaba aquél, Maramotti, que se cambió el nombre por Maremoto y obligó a la mujer a comer la polenta con palillos.

Descanso fue un gran éxito porque treinta pagaron la entrada y se metieron a dormir.

El jueves Bambi hizo sesenta espectadores y trescientos helados.

El viernes, para Maciste, estaba todo vendido. Alguno vino incluso vestido de Maciste, es decir, sin camiseta. Sudábamos como bestias, porque entonces se participaba realmente, y cada vez que Maciste levantaba la maza brotaba el grito “Dale con el as de bastos”, y cuando alzaba un peñasco media sala se ponía en pie, hinchaba el cuello y levantaba por solidaridad ya una silla, ya a su mujer. Al final de la primera parte muchos no lo hacían por problemas con la espalda, y aún quedaba enfrentarse al Minotauro.

La segunda parte se inició con la danza del vientre ejecutada por la bailarina sudamericana Chelo Alonso, diva tremendamente querida en nuestros pagos. La escena fue subrayada por los gritos de entusiasmo y el intento de imitarla por parte de las mujeres presentes, las cuales, sin embargo, teniendo un contorno bastante mayor que el de la diva, dejaron sin sentido a varios espectadores a base de culazos.

En la escena más importante, la entrada del Minotauro en la cueva, no se escuchaba volar una mosca. Cuando apareció el monstruo, sin embargo, hubo una cierta desilusión. Había quien decía que se parecía a la vaca de Alfredo, y quien que al mismo Alfredo. Ante todo no se estaba de acuerdo en la forma de eliminarlo. Algunos propusieron el caldo bordelés [**], otros un gran anzuelo con cebo de maíz. Cuando Maciste lo sacó fuera para darle de palos fue largamente silbado porque a una bestia no se la mata de esa forma.

La película acababa con Maciste alejándose a caballo, pronunciando la famosa frase: “Donde quiera que un fuerte pisotea a un débil, ahí está mi lugar”, que provocó diez minutos de aplausos y el famoso comentario de Bigattone: “Entonces tendrás que recorrer unos kilómetros, Maciste”.

Luego vino el funesto día: el pornosábado que cambió la historia de nuestro pueblo. Ya a las dos de la tarde una cincuentena de hombres se arremolinaba en los alrededores del cine donde se proyectaría Juegos prohibidos de niñas bien.

Algunos llevaban bufandas hasta la nariz, a pesar de estar mayo avanzado. La mitad de ellos fue capturada y reconducida a casa por sus consortes. A otros nueve les faltó coraje, y una vez que llegaron ante la caja cambiaron de idea y dijeron:

– ¿Por casualidad ha visto usted a Enea, que tenía una cita con él aquí enfrente? –y huían. De modo que, cuando Enea Baruzzi entró por primera vez en el cine, le preguntaron si no se avergonzaba de hacer esperar a todos aquellos amigos. Después que Enea hubo roto el hielo, entró un manojo de valientes: yo, Bigattone, Ettore, Dante, el fontanero Talpa, el aparejador Portogalli, los hermanos Miti, Spiedino, el abuelo Celso y, por último, la quiosquera Iris con su hijo Cesarino, porque estaba convencida de que darían otra vez Bambi y ninguno tuvo el valor de decirle la verdad.

Cayó la oscuridad sobre la sala, y desde la primera escena arreciaron las críticas del famoso dueto entre el fontanero y la camarera. El fontanero Talpa objetó que su colega en la película tenía una llave inglesa equivocada, pero fue abucheado. Todos nos pusimos en pie y empezamos a expresar nuestro parecer con resuellos y silbidos potentísimos. Enea lamentó que el intérprete masculino tapara continuamente a la intérprete femenina, y bramaba: “¡Fuera de ahí, déjanos ver!”. El abuelo Celso, que había visto el último muslo en 1936 y ni siquiera recordaba si era de pavo, se quedó con la boca abierta y las manos en los bolsillos todo aquel día y los dieciséis años siguientes. Dante el comercial se hacía pasar por experto y decía que en Roma cosas así se veían todas las noches por las calles. El aprieto mayor fue naturalmente para Iris, a la que Cesarino preguntaba sin parar si realmente estaba Bambi.

– Claro que sí –respondía la madre.

– Pero ¿dónde?

– Ahora sale.

La conmoción fue tan fuerte que Cesarino, todavía hoy, que tiene cuarenta años, cada vez que se mete en la cama con su mujer deja la puerta abierta porque dice que igual llega Bambi.

Acabó la primera parte, marcado por un intenso lanzamiento de cerveza desde la ventana del bar. Cuando comenzó la segunda parte, de dentro del cine surgieron gritos infrahumanos y aplausos. Se congregó alguna gente en la escalera y Ritona la camarera comentó que, por el follón que se estaba montando, debía ser una gran película. Y poco después ella y los otros cuatro amigos entraron dentro. Al instante, desde la ventana del cine hicieron señales a los otros para que vinieran rápido, porque aquello era cosa de otro mundo. Y entraron los viejos, e incluso las viejas y los niños, hasta que el notario y la sastra democristiana fueron a llamar al cura.

– ¡Don Calimero –gritaron–, Sodoma y Gomorra! Todo el pueblo está viendo la película pornográfica. ¡Han entrado incluso las mujeres y los menores!

Don Calimero se lanzó hacia el Splendor, y con horror escuchó, proveniente del interior, un follón de silbidos, aullidos y exclamaciones provocativas: “Dale, dale, dale que ya es tuya”.

– Dios mío, ¿en qué se ha convertido mi parroquia? –pensó, volvió corriendo a la iglesia, cogió el incensario más grande que tenía y se aprestó a desalojar la sala con gases lacrimógenos.

Apareció en la puerta del cine agitando el sagrado artefacto y gritando:

– ¡Puercos, me asombro de vosotros! ¡Fuera todos de aquí! No permitiré en mi parroquia esta innoble exhibición de glúteos y muslos y…

De pronto Don Calimero enmudeció, mirando a la pantalla. Del verde pasó al blanco, y después al rojo congestión. Una expresión de éxtasis se le pintó en el semblante. Luego, con toda la fuerza que tenía en la garganta rugió:

– ¡Ánimo Coppiiii!

Lo que ocurrió fue que, por equivocación, el operador había proyectado, en lugar de la segunda parte, el noticiero cinematográfico con la victoria de Coppi en el Giro de Italia. Tres veces lo hicimos proyectar, y seis veces la llegada al Stelvio.

Al día siguiente el comentario fue:

“Coppi es bestial. Piénsalo, en la primera parte folla una hora seguida, y luego se sube a la bicicleta y gana”.


[*] N. del T.: Juego de palabras intraducible. En italiano maschera significa acomodador, aunque también máscara, antifaz.
[**] N. del T.: El caldo bordelés es un producto que se usa para combatir el mildíu, enfermedad que afecta a la vid.

16 de marzo de 2010

El precio del amor

"Il faut oser dire n´importe quoi! La morale
est ailleurs que là où on l´imagine”.

Precios del amor 01 tape
Precios del amor 02 tape
Precios del amor 03 tape
Precios del amor 04 tape
Precios del amor
 
La traducción de este texto del original francés se debe a nuestra glaneuse personal, Ana Bande. Con ella abrimos de forma esplendorosa la sección de Colaboraciones en este blog traidor.

Aunque el texto original ha circulado durante mucho tiempo como veraz, en realidad se debe a la pluma de Renèe Dunan, que lo escribió en 1915 como una forma de transgresión deliberada ante las limitaciones ideológicas que coartaban la capacidad expresiva del lenguaje. Mujer subversiva, prolífica escritora, feminista y libertaria, frecuentó los ambientes dadaístas y surrealistas de principios del siglo XX y, sin duda alguna, merecerá una atención más detallada por nuestra parte en futuras entregas.

4 de marzo de 2010

Pompino rima con cappuccino


A Saverio Moneta, en cuarenta años de vida, nunca lo habían amado de aquel modo. Antes de Serena, el lider de las Belves sólo había tenido un par de aventuras durante los oscuros años como contable. Historias así, cosas de un par de semanas, en las que al estar con alguien pareces menos pringado a ojos de tus compañeros de escuela. Más que de noviazgos se trataba de asociaciones de mutuo socorro.
A Serena Mastrodoménico, en cambio, la había visto nada más empezar a trabajar en la mueblería. Tan morena y delgada le recordaba muchísimo a Laura Gemser, la actriz de Emmanuelle negra. Un tópico onanístico de su pubertad.
Estaba loco por Serena, pero no veía la manera de conseguirla. Él era el último de los contables y ella, la hija del jefe. Paseaba como una diosa en minifalda por los pasillos de la mueblería y Saverio soñaba con poder hablarle, invitarla a cenar al lago Bracciano. Ella, en cambio, no le dedicaba ni una mirada. Aunque le pasaba por delante todos los días, ni siquiera se había dado cuenta de su existencia. Y era lógico. ¿Por qué una mujer refinada y de mundo iba a interesarse en una nulidad como él? Uno que no tenía ni coche para ir a casa. ¿Uno que había perdido la vista leyendo tomos sobre el misterio de los Templarios y el triángulo de las Bermudas?
Una tarde Saverio estaba en la oficina repasando por enésima vez el balance semestral. Sus colegas se habían ido y estaba solo en la mueblería. Había comprado un trozo de pizza con setas y gambas y, de vez en cuando, le daba un mordisco, poniendo atención en no manchar los registros. Tenía los auriculares puestos y escuchaba a todo volumen La Cabalgata de las Valquirias
En un momento dado había elevado la vista. Del otro lado del pasillo, la puerta de la oficina de Egisto Matrodoménico estaba abierta y la habitación iluminada.
El viejo no podía ser. Había ido a la Feria del mueble rústico de Vercelli.
¿Se había colado un ladrón y no se había dado cuenta? Estaba a punto de llamar a los vigilantes cuando de la habitación salió Serena con un montón de bolsas en la mano. El corazón de Saverio Moneta explotó. Temblando se quitó los auriculares y levantó tímidamente una mano para saludar, pero ella ni siquiera respondió. Sin embargo después volvió sobre sus pasos e inclinó la cabeza para observarlo mejor.
– ¿Estás solo?
– Bah…, sí… –había conseguido decir, intentando mantenerse erguido en la silla.
Ella entró en la oficina de contabilidad y miró alrededor como controlando que verdaderamente no hubiese nadie. Saverio no la había visto nunca así de arreglada. Debía de haber ido a la peluquería y llevaba un chandalito rosa ceñido como una piel de serpiente, la cremallera bien abierta a la altura del escote y botas de piel blanca que le llegaban hasta la rodilla. De las orejas le colgaban dos aros de oro grandes como Cds.
– ¿Te aburres?
– No –respondió Saverio a bocajarro; después pensó que nadie en su sano juicio se divierte repasando los balances semestrales y corrigió.
– Un poco…, pero enseguida termino.
Ella se arregló los cabellos y le preguntó:
– ¿Te apetece un pompino?
A Saverio le pareció que le había preguntado si le apetecía un pompino. Pero debía de haber entendido mal. Debía de haberle preguntado si quería un cappuccino.
– La máquina está estropeada… Deberían arreglarla la semana que viene.
– Te he preguntado si te apetece un pompino.
Saverio no podía creer lo que oía.
Tal vez las setas de la pizza eran alucinógenas.
Seguía mirándola con la boca abierta como un idiota.
– ¿Entonces? –ella, masticando el chicle, repitió la pregunta como si le preguntase si quería un cappuccino.
– ¿Cómo?
– ¿Lo quieres o no? –Serena comezaba a hartarse.
– ¿Cómo? –la mente de Saverio estaba bloqueada.
– ¿No lo conoces? El pompino es una práctica sexual en la que yo te cojo el pene en la boca y te lo chupo.
¿Por qué le estaba haciendo esto? ¿Qué daño le había hecho él?
Era obvio. Se trataba de una trampa para poder acusarlo de acoso sexual como en las películas americanas.
– De acuerdo, comprendo –Serena pasó alrededor de la mesa, se agachó, se ajustó el cabello, se quitó de la boca el chicle y se lo dio.
– Sujétalo, por favor.
Saverio apretó el chicle entre los dedos, mientras la hija de su jefe, con la misma fría habilidad de una enfermera que levanta la ropa a un herido, le quitaba el cinturón y le desabotonaba la bragueta del pantalón.
– Podría gustarte.
Le bajó los calzoncillos y le observó el pene sin hacer comentarios. Después se lo sujetó con la mano derecha, lo sopesó y lo exprimió como se haría con la ubre de una vaca. Con la izquierda, en cambio, le había cogido el escroto y comenzó a hacer girar los testículos en la palma de la mano como si fuesen dos bolitas chinas antiestrés.
Saverio, con las piernas estiradas, apretaba los apoyabrazos de la silla con una expresión de miedo pintada en la cara. Era espectacular lo que estaba haciendo aquella mujer con su aparato reproductor.
Pero el espectáculo no había terminado todavía. Serena abrió la boca, con la lengua pequeña y puntiaguda se humedeció los labios y después se lo tragó todo, hasta las bolas. Saverio estaba tan aterrorizado que no sentía ni placer, aunque después bastó que se percatara de que Serena Mastrodoménico custodiaba en su boca toda su polla para arrancarle un orgasmo explosivo y embarazoso.
Ella se pasó el dorso de la mano por la boca, lo miró a los ojos y le preguntó con una vocecita satisfecha:
– Oye, mañana, ¿me acompañarías a Ikea?
Él respondió un único y simple “Sí”.
Aquél había sido el primer sí. El primero de una serie infinita.
Saverio Moneta, desde aquel día, de oscuro contable se transformó en sherpa durante las razzias que Serena ejecutaba en los centros comerciales, en chófer de su todoterreno, botones, mozo de cuerda, mensajero exprés, fontanero, reparador de antenas parabólicas, marido y padre de sus hijos.
Ah, aquél fue el primer y último pompino que recibió en diez años de convivencia con Serena.

El fragmento pretenece a la última obra de Niccoló Ammaniti, Che la festa cominci, publicada por Einaudi y de la que todavía no existe traducción al castellano.
Esperamos que disfruten ustedes de la primicia mundial que les ofrecemos en este blog traidor.