traducción del libro Bar Sport, de Stefano Benni (Feltrinelli, Milan, 1997)
La Luisona
En el Bar Sport no se come casi nunca. Hay una vitrina con dulces, pero son puramente coreográficos. Son dulces ornamentales, a menudo verdaderas piezas de artesanía. Están allí desde hace años, tanto que a esta altura los clientes habituales los conocen uno por uno. Al entrar dicen: “El merengue está hoy un poco estropeado. Será el calor”. O bien: “Va siendo hora de espolvorear los bollitos rellenos”. Sólo algunas veces el cliente ocasional osa acercarse al sagrario. Una vez, por ejemplo, entró un representante de Milán. Abrió la vitrina y se llevó a la boca un pastelón blanco y negro, salpicado por encima de ese hermoso granillo de duraluminio que sólo caracteriza a los dulces verdaderamente estropeados. De inmediato se corrió la voz por el bar: “¡Se han comido la Luisona!”. La Luisona era la decana de los dulces, y se encontraba en la vitrina desde 1959. Al mirar el color de su crema los viejos podían obtener la previsión del tiempo. Su desaparición fue un durísimo golpe para todos. El representante fue invitado a salir bajo el desprecio general. Nadie lo tocó, porque su malvado gesto ya contenía en sí mismo el más tremendo de los castigos. De hecho, apenas una hora después, fue encontrado en los retretes de un autoservicio de Módena, presa de atroces dolores. La Luisona se había vengado.
La particularidad de estos dulces es, de hecho, su nada fácil digestión. Cuando el dulce es ingerido, en primer lugar el granillo perfora el esófago. Luego, cuando el dulce llega al hígado, éste lo analiza y lo rechaza, y se desplaza de un salto a la izquierda para dejarlo pasar. El dulce, todavía entero, recorre el intestino y cae a tierra intacto después de pocos segundos. Si el camarero no ha visto nada, uno todavía puede devolverlo a la vitrina y largarse.
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