traducción del libro Bar Sport, de Stefano Benni
(Feltrinelli, Milan, 1997)
Entretenimientos [y 2ª parte]
Rifa
Juego muy popular, especialmente en el Veneto. Se adquiere un número y se espera hasta que el primo del dueño gana el primer premio.
Los juegos de cartas
Los juegos de cartas son, naturalmente, tantos que aquí no podemos recordarlos todos. Los tres más populares son:
Los tres sietes. Se juega con diez cartas por cabeza. Durante la partida se puede decir “pido”, “arrastro”, “paso” o “ardo” si vuestro compañero deja caer el cigarrillo sobre un muslo. Está prohibido decir frases como “tengo el siete de bastos” o “me como una mierda”.
La brisca. Juego muy simple. El adversario echa sobre la mesa una carta, y vosotros debéis echarla aún más fuerte. Los buenos jugadores rompen de quince a veinte mesas por partida. Es oportuno, antes de echar la carta sobre la mesa, humedecerla con un poco de saliva. Las cartas adquieren así la característica forma de cucurucho, y la dureza de una piedra. En muchos bares, para barajar un mazo de cartas de la brisca, se usa una amasadora. Cuando la carta está suficientemente vieja, se pone muy dura y pesada, y si no estáis entrenados es oportuno jugar con guantes de electricista.
El póker. El póker se juega entre cuatro, o entre tres y el muerto, o incluso mejor, entre tres y el primo. Lo primero es repartir las cartas. El verdadero jugador realiza la operación en seis segundos con el pitillo en la boca. El aficionado permanece tres minutos con la lengua fuera. Al término de la operación casi siempre su compañero de la derecha grita que por qué ha recibido cuatro cartas y una colilla encendida, mientras el aficionado está fumándose el rey de diamantes. Además, es muy fácil que el aficionado reciba nueve cartas y que dos acaben sobre la lámpara. El aficionado no debe, en este punto, dejarse apresar por el pánico, y sobre todo no cometer ninguno de los siguientes errores:
1. Hacer montones y jueguecitos con las fichas, y preguntar a los otros: “¿Quién me da dos fichas rojas por dos fichas azules, que quiero hacer la bandera francesa?”.
2. Cuando se le pide que abra, no decir: “voy volando, es verdad que hay mucho humo”, y abrir de par en par la ventana.
3. Hacer el ruido del ciclomotor con el mazo de cartas durante el juego.
4. Pedir primero dos, luego tres, luego cuatro, luego… mejor dicho, no, cinco cartas y no acordarse de cuáles eran las viejas y cuáles las nuevas.
5. Cuando quedan sólo dos para disputar una apuesta grande, deslizarse hasta el hombro del otro y arrancarle las cartas de la mano para ver su jugada.
6. Y aún más: cuando juegue un farol, el aficionado no buscará darse tono. Un conocido mío, siempre que faroleaba sacaba ostentosamente del bolsillo brocha, crema y cuchilla, y se afeitaba silbando. Naturalmente estaba nervioso, y al final de la velada se había cortado la cara como Frankenstein. No dejen el rostro impasible: muchos aficionados intentan bloquear los músculos faciales, consiguendo luego tener unos reveladores efectos secundarios, como grandes pedos, por el esfuerzo. La misma cosa vale si tenéis un póker. Lo ideal sería tener siempre la misma actitud durante toda la noche. Un jugador muy bueno que conocía, en cuanto se sentaba a la mesa, se ponía a imitar el sonido de una sirena de ambulancia y continuaba toda la noche sin parar. Otro jugaba con bigotes y nariz al estilo De Rege[1], pero se descubría, porque cuanto tenía una buena jugada se desmayaba.
El teléfono
El teléfono, en un bar, siempre está escondido. Vive por lo común en espacios angostos, preferiblemente detrás de una pila de cajas de cerveza. Para encontrarlo basta entrar en el bar y dirigirse hacia el fondo. Allá, en un agujero de metro y medio, está colgado el teléfono, casi siempre a tres metros de altura. Junto al teléfono está el telefoneador del bar, individuo de características singulares que se clasifica en las siguientes categorías:
a) Sonriente perpetuo. Este individuo está con el auricular en la mano y una expresión de felicidad en la cara. No dice nada. Escucha divertido durante horas, a veces asiente con la cabeza. Cada tanto os mira. En el otro lado de la línea, evidentemente, hay una persona graciosísima capaz de mantener la comunicación sola durante horas. Después del primer cuarto de hora incluso vosotros empezaréis a sonreír por solidaridad, y a intercambiar miradas de satisfacción con el telefoneador. Para tenerlo contento, podéis incluso reír y decir “Muy buena”. Después de una hora el telefoneador cuelga el auricular y se aleja con un aire preocupadísimo.
b) El enfadado. Es un individuo de color rojo que grita furibundas amenazas y gesticula como un loco, indiferente ante vuestro estupor y al del resto de los parroquianos. Del auricular sale la vocecita alterada del interlocutor. Habla dos horas y antes de largarse estrella el auricular rompiendo el teléfono y obligándoos a buscar otro bar.
c) El enamorado. Telefonea de cara a la pared, sosteniendo el auricular apretado entre las manos. Si os acercáis a él, trata de hacerse el despreocupado, o bien se agazapa en un rincón como un topo y os mira fijamente con odio. Da besitos en el teléfono, e incluso le hace pequeñas caricias. Si piensa que está solo, se abandona a increíbles maniobras eróticas con el auricular, manteniendo los ojos cerrados.
En el momento de la despedida nunca se debe estar cerca de él. Y es que su novia jamás corta la comunicación antes de que él la haya llamado “cerdita mía”, y si lo acosáis y él se avergüenza, puede irse incluso a las tres de la noche.
De hecho, el enamorado empieza a decir frases del tipo “Sí, yo también”, “Lo sabes, tanto tanto”, “Sí, yo más”, que no contentan a la prometida, cuya voz sale del auricular más y más alterada. El enamorado suda y os mira pidiendo misericordia. Se mete tres cuartos del auricular en la boca y susurra un “cerdita mía” imperceptible. En este momento, del otro lado del hilo, sale un “¿Cómo? ¡No he entendido! ¿Te da miedo decirlo?”, y el enamorado palidece.
En este momento la única solución es alejarse de él por un instante. Oiréis una especie de susurro, seguido de algún gritito orgásmico. Desahogado y satisfecho, el enamorado saldrá de la cabina de teléfono después de haber saludado a su cerdita.
d) El citador. También éste es un personaje peligrosísimo. Arregla por teléfono una cita en cuestión de media hora. En la otra parte del micrófono habla un aborigen australiano. De hecho, por lo que se esfuerza nuestro hombre, el otro interlocutor demuestra no conocer ninguna calle o plaza de la ciudad, y no ser capaz ni de coger el tranvía. Después de una tentativa, en la que el Nuestro describe al aborigen ochenta puntos diversos del centro de la ciudad, sin llegar a ponerse de acuerdo, los dos deciden encontrarse en la estación, cerca del mayor de los quioscos de prensa.
e) El interurbano. Este señor se acerca al teléfono encorvado por dos kilos de fichas[2] en cada bolsillo, sonando como un trineo de navidad. Inserta en el teléfono una primera tanda de ciento veinte fichas, y pregunta al camarero el prefijo de Sondrio. Echa mano de las páginas amarillas y empieza a pasar las hojas hacia un lado y otro durante una hora. Blasfema y se desespera. Cuando ha encontrado el prefijo, pulsa por error la tecla de devolución y se encuentra arrollado por un aluvión de fichas que ruedan hasta las cuatro esquinas del bar. El telefoneador reblasfema y recarga el aparato. Echa mano del listín de Florencia y busca durante dos horas el número, mientras a intervalos regulares una ficha se desliza desde el agujerito y lo golpea entre los ojos. El telefoneador telefonea a la centralita y, después de una hora, obtiene el número, pero ya ha olvidado el prefijo. Recupera las páginas amarillas y pide otras doscientas fichas.
Luego:
1. Habla durante media hora en alemán con la aduana de Brennero, donde el aduanero sigue ordenándole el alto.
2. Telefonea tres veces a la señora Ida Corcelli, que estaba durmiendo, preguntando las tres veces por el mariscal Barone. La tercera vez la señora Corcelli tiene una crisis.
3. Se entromete en una conversación entre pederastas gritando “¿Quiénes sois? Yo estaba hablando con Sondrio”, y obteniendo como respuesta unas lindezas.
4. Telefonea de nuevo a la señora Corcelli.
5. Consigue escuchar las noticias de la radio y hablar con Zurich, mientras las fichas se consumen en ráfagas de veinte por minuto.
6. Consigue hablar con Sondrio, no con el mariscal Barone, pero sí con un compañero suyo del colegio que recuerda cómo, de pequeño, al mariscal lo llamaban “albóndiga”.
7. Consigue hablar con el mariscal Barone, pero la conversación se corta por falta de fichas.
8. Habla de nuevo con la casa Corcelli, donde el médico le da noticia de la muerte de la señora y le pide un préstamo.
9. Habla con el mariscal Barone llamando a un número de Rímini, mientras se cruza un radioaficionado florentino que circula en coche por la autopista.
10. Aprieta el botón, y salen todas las fichas, un chorro de chocolate caliente, veinte preservativos y una figurita de Anastasi[3] con un llavero blanquinegro.
11. Se olvida de pagar las fichas.
El tablón de anuncios
En primer lugar, el tablón de anuncios del bar contiene la alineación del Bologna a todo color. También el cartel del partido del domingo, la tabla de resultados y una foto del camarero del brazo de Bulgarelli[4]. Le sigue el cartelito ciclostilado de un concurso de pesca, en el que no se consigue leer nada salvo un gigantesco Primer premio dos jamones. Luego está el cartel de un concurso de brisca, de contenido algo oscuro para quien no sea del lugar, que reza más o menos:
CRAL[5] FERROVIARIOS
Del martes 26 al jueves 28: torneo
de brisca por parejas. Juego clásico, señales a la boloñesa,
prohibido el ganchito, la lenguita y el ojo de pollo.
Primer día:
Biavati-Zorro contra el Conte y Ciucca
Zatopek-Brufolo contra Gnegno-Stambazzein
Togliatti-Filòt contra Tex Willer y el Spiffero
Testa d’legn-Tortellone contra el Kaiser y Mioli (si su mujer lo deja venir)
Baldini I-Baldini II contra Tamarindo y uno de Milán
Juez árbitro único Scandellari (no aquel majareta)
Numeroso público
Luego están las postales. Son esas que los clientes del bar envían a los amigos para probar que el viaje realmente ha tenido lugar. Sin la postal, de hecho, no se permite soltar el rollo. Vienen de todas las partes del mundo. La mayor parte del Este, Rumanía y Yugoslavia, donde, según lo que se cuenta en el bar, debería haber tres millones y medio de hijos de italianos cada año. Dependiendo del tipo de expedición realizada, la postal lleva escrito por detrás el texto “¡Qué mujeres!” o “¡Qué liebres!”. Son siempre vistas nocturnas, con la ciudad iluminada y una flecha con el texto “Estamos aquí”. Siguen las firmas de cuarenta mujeres, manifiestamente falsas (siempre hay una Úrsula aunque Ludmilla se usa mucho; alguna está firmada como María Beckenbauer). Estos viajes, con un equipaje de doscientos pares de zapatos, combinaciones, bolígrafo y horquillas, finalizan en la mayor parte de las ocasiones con una ininterrumpida comilona y con la adquisición de reservas de vodka para seis meses.
Otras postales destacables son las de las excursiones de Fin de Año a París. Luego está Athos, que manda una postal con la fuente de agua medicinal cada vez que va a Imola (distancia 8 Km). Una postal del 66 desde Sestrière, enviada desde Quaglia y firmada “El abominable hombre de las nieves”. Una vista nocturna del Autoservicio de Cantagallo di Macci que hizo el camarero, y una postal de Torelli desde Lourdes, a donde llevó a su abuela paralítica y luego quería que le devolvieran el dinero. Seguían dos postales con gatos de la enamorada del chico de los recados y una veintena de esas postales rugosas con la japonesa que saca las tetas dependiendo del reflejo. Luego, enmarcada, la postal que hace llorar a Trinca. Se la envió una chica, que se llamaba Brigada de Artillería de Montaña y venía de Pordenone.
[1] Walter Chiari y Carlo Campanini hacían una celebre parodia, y uno de ellos portaba un bigote ridículo y una gran nariz.
[2] Antiguamente, los teléfonos públicos en Italia, como en España, funcionaban con fichas. En Italia estas fichas (gettoni) se compraban en los estancos.
[3] Histórico goleador de la Juventus.
[4] Giacomo Bulgarelli, antiguo jugador del Bologna.
[5] CRAL significa Circolo Ricreativo Aziendale Lavoratori, es decir, Círculo recreativo sindical de trabajadores]
2 comentarios:
¡Me encanta! Siempre he creído que había una historia por contar de los tablones de anuncios de los supermercados. Esta de los bares me parece inspiradora...
Dan ganas de pedirle a Benni que desarrolle el tema, ¿verdad Princesa? Y con los tablones de los supermercados, ánimo, la sabiduría suele esconderse en los rincones más insospechados de la vida... Besos de sur a norte.
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