Traducción del libro Bar Sport, de Stefano Benni
(Feltrinelli, Milan, 1997)
El cartel
El cartel de BAR SPORT era muy bonito, y el dueño del bar, Antonio el Onassis, había pagado por él sesenta mil liras en el lejano 65. Aquel día era lunes. El día anterior, el electricista había ido a Florencia en su Motom, a ver al equipo del Bolonia. En las rampas de Pian del Voglio una tormenta de nieve que caía horizontal. Después de varios kilómetros se le agarrotaron los brazos debido al frío. No quiso renunciar y siguió, tomando las curvas con el peso de la cabeza. Teniendo en cuenta que tenía una cabeza muy grande y equilibrada llegó bien hasta el kilómetro 86; después, en un túnel, chocó con la cabeza contra el muro y se cayó del viaducto. Oyó el partido por la radio en el hueco de un roble y después telefoneó a los bomberos. El lunes, sin embargo, tenía una fuerte migraña, y treinta y nueve de fiebre. En definitiva, a montar el cartel vino su hijo Amos, llamado el Alcornoque porque tenía la cabeza todavía más grande que el padre y con menos peso específico.
Alcornoque se manifestó y dijo: me ocupo yo. Parpadeó, cogió un destornillador y montó la letra B. De pronto el semáforo del cruce emitió un sonido continuado y voló en pedazos. En ese mismo tiempo saltó por los aires el televisor y la máquina del café comenzó a destellar en verde. Entonces Alcornoque cogió un cable y se lo metió en el bolsillo, después arrancó dos o tres resistencias y montó la A. Al mediodía había montado BAR entero; bajó de la escalera y fue a comer. Durante su ausencia la letra B comenzó a vibrar y después despegó en vertical dejando tras de sí una estela de neón azul. La A y la R, en cambio, se fundieron en un bloque de cierta belleza. Al mismo tiempo que esto sucedía los televisores del edificio comenzaron a cubrirse de abejas y a emitir lamentos. Alcornoque volvió y dijo que era un contacto. Subió a la escalera pero, abotargado después de la comida, cayó, llevándose detrás muchos metros de cable, tanto que el trolebús se encontró suspendido en el aire. A las cuatro y media montó BAR PSOTR, con tres letras intermitentes y dos fundidas. Además consiguió interceptar todas las comunicaciones de la policía y una conversación entre radioaficionados que se ponían de acuerdo para intercambiarse la mujer. A las siete había montado BRA SPORKT, y a pesar de que insistió en que la K no le quedaba mal, tuvo que desmontar todo. Hacia la noche montó un BAR SPORT que se iluminaba muy bien, pero telefonearon del Ayuntamiento porque las luces de la circunvalación estaban intermitentes desde hacía una hora, y se habían producido ya ochenta embotellamientos. Entonces Alcornoque arrancó otros tres cables y el cartel se apagó. En compensación se encendió una pila que tenía en el bolsillo. Finalmente a las tres el cartel estaba completo, sin efectos colaterales. Se fueron todos a dormir, y el cartel se apagó de nuevo. Y durante un mes se apagó regularmente a las siete y media, para reencenderse puntual al alba. Bovinelli-arreglatodo, implicado en una supervisión después de la marcha de Alcornoque, tuvo que rendirse; y todos los electricistas interesados dijeron que era un caso misterioso e inexplicable. Fue llamado incluso un electricista alemán de primera, Frannenberg, que se había ocupado de la iluminación del Reichstag, y estaba considerado un verdadero artista en el tema. Frannenberg estuvo tres días y tres noches en el nudo de cables e interruptores, examinándolo todo con un endoscopio. El cuarto día alzó la cabeza y dijo “Was is knupf”, que quería decir “Aquí hay un gran follón”, se limpió las manos en el mono y se fue, presentando una factura de ocho mil marcos.
Por consejo de su mujer, Antonio hizo venir entonces desde Tremoli a una bruja de los Abruzzos experta en rayas del televisor. La bruja pasó tres veces el pendulito sobre el cartel, bailó y después dijo que había que esperar hasta medianoche y rociar agua y aceite santo sobre el cartel, pero teniendo la precaución de dejar un camión rojo con plumas de búho y veinte tipos distintos de grano a cien pasos. A medianoche se roció el agua y todos quedaron contentos: milagrosamente el cartel se reencendió, mientras la bruja con el camión de grano enfilaba ya la autopista hacia Pescara.
El cartel funcionó un mes con el siguiente horario: de 5 a 7: BR SPT. La A y la OR se encendían a las siete y cuarto, cuando pasaba esto se apagaban las otras. Desde las 7 hasta las 8 quedaba encendida sólo la B; después dos horas de oscuridad total. Desde las 10, variaciones intermitentes de las dos R, en rosa y violeta. Desde las 11, todo encendido pero al revés. Después una hora de BAR ORT y, en las noches más cálidas, un documental sobre los castores.
Hasta que un día un cliente del bar se trajo a un primo siciliano, que se había convertido en millonario en América haciendo de pateador de electrodomésticos. El primo miró el cartel, se escupió en las manos y lanzó un enorme golpetazo contra la B: el cartel se encendió regularmente. Todo el bar estalló en un aplauso: se pasó el sombrero y se recogieron seis mil liras, que el siciliano rechazó desdeñosamente. Tres meses después llegó, en carta remitida por la Chicago Magic Kick, una factura de mil dólares.
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